Después de una semana laboral que termina como a las nueve de la noche en Capital Federal el viernes por la noche, cerramos el acuerdo para hablar un rato de su madre. Con Francisco Silva, un santotomeño del Barrio Itacuá, quien se desempeña hace más de diecisiete años como ayudante en el Laboratorio del Hospital Militar Central en Buenos Aires.
Comenzamos la entrevista mencionando el nombre de su madre, y ahí nomás denotamos la firmeza emotiva que se le ve en el pecho henchido de orgullo diciendo: ¡Mi mamá se llama Laurencia Ifran!
Y enseguida aclara que es un nombre que no es común, “o al menos yo muy poco escucho en mujeres”, dice Francisco, el mayor de los hermanos hijos de Laurencia. El más chico se llama Juan Antonio Ifran. Francisco hasta ha investigado en internet y confirma que es muy poco usado en el mundo el nombre de su madre.
Y ahí nomás arranca la charla.
Francisco ¿Cómo transcurrió la infancia con tu mamá y tu hermano?
Nosotros nos criamos con mi abuelo que fue como mi padre, mi abuela, mi hermano menor y mi madre. Nosotros muy poco le veíamos a mi mamá cuando éramos chicos porque ella trabajaba desde muy temprano, a las seis y media de la mañana ya no estaba. De chiquitos ya nos preparábamos el desayuno con el abuelo, que se llamaba Demetrio, quien nos crio a la vieja forma de antes. Le veíamos muy poco a mi mamá, y cuando le veíamos era una alegría. Eran en los días en que ella tenía su franco, que a veces eran los lunes y otras veces los martes.
¿Y en que trabajaba tu madre Francisco?
Ella primero trabajó en una confitería que se llamaba La Silla Eléctrica frente la Policía, y después alternó trabajos en casa de familia, en el Hotel de Turismo del ACA como ayudante de cocina y otros menesteres. Después, por un problema de salud de mi abuela, tuvo que dejar de trabajar un tiempo para cuidarla, ya que mi abuela no se podía valer por si sola. Y eso para nosotros fue una gran enseñanza ya que no estábamos bien económicamente, pero ella igual se ocupó del cuidado de su madre. Mientras tanto nosotros teníamos que ir a la escuela. Y a pesar de ser muy humildes nosotros siempre teníamos nuestra ropa arreglada y bien planchada. Mi abuela cuando estaba bien de salud era la que nos confeccionaba la ropa, camisas y pantaloncitos. Y mi mamá por ser una gran tejedora nos tejía los abrigos. De hecho, tengo guardada en la casa las dos máquinas, la de coser y la de tejer, como si fueran reliquias. Mi abuelo iba y compraba en la antigua Casa Suaid las telas, y ahí mi abuela nos hacía las ropas. Los últimos trabajos de mi madre fueron en la Rotisería Santa Rita por calle Mitre cerca de los monoblocks, y en el Comedor de la Terminal de ómnibus que era regenteado por el señor Comella. En ese tiempo yo ya era más grande y trabajábamos en el mismo lugar.
Francisco, tu infancia ¿Fue una infancia feliz?
¡Sííí! Yo siempre le digo a todo el mundo que sin nada, pero orgulloso de eso. Nosotros disfrutábamos. Te cuento una anécdota. En mi casa recién hubo luz eléctrica cuando yo cumplí veinticinco años, porque mi abuelo en ese entonces no quería, porque él era gente de campo. Yo iba a mirar tele a la casa de los vecinos, o cuando quería ver una película, siempre me iba a la casa de un amigo. Nuestra casa era de tabla (de madera) y el piso era de ladrillo que cuando se juntaba tierra le pasábamos una asada. Y con mi hermano después de grande, cuando ya estábamos trabajando afuera del Pueblo, vimos que las maderas ya estaban muy viejas y decidimos hacerla de material de cemento, porque ya mamá no podía vivir más en esas condiciones, a pesar de que ya tenía luz y otras comodidades. De todos modos, todos los años cuando voy siempre voy haciendo cosas para que esté más cómoda.

En los momentos libres o cuando tu mamá estaba de franco ¿Qué hacían?
Nosotros jugábamos al chinchón, a la escoba, a la casita robada y otros juegos de cartas. A veces ella nos contaba cuentos. Siempre nos incentivaba a leer, escribir más rápido y a interpretar palabras. Un día fue y compró no sé en cuantas cuotas una enciclopedia de diccionarios que ella le decía “mataburro”. Esos libros los conserva mi hermano en Córdoba. Con esa enciclopedia nosotros conocimos más palabras y los significados, lugares. Ella nos decía que eso nos iba a ayudar en la escuela. De hecho, en la escuela nos iba muy bien gracias a Dios. Teníamos buenas notas.
¿Cómo les explicaba tu mamá las necesidades que ustedes tenían?
Ella nos decía: “Nosotros les vamos a dar todo lo que podemos para que ustedes puedan estudiar” y nosotros veíamos que el esfuerzo que hacían era enorme. Y después ella acotaba: “siempre va a haber un compañerito de ustedes que va a tener un guardapolvo más blanco, o va a tener las zapatillas un poco mejores que las suyas. Pero tengan en cuenta que nosotros podemos ser pobres, pero tenemos que ser limpios, no ser abandonados y sucios. Ustedes tienen que mirar a las otras personas y no envidiar nada, y no pedir nada de eso porque la realidad que nosotros vivimos es otra, y esa gente por ahí si puede tener lo que tiene. Y si alguien los ofende ustedes no vayan al choque ni nada, porque solo lo dicen muchas veces sólo para molestar.”
Fijate que cuando yo era chico y mi hermano iba a primer grado, y yo ya estaba en tercer grado, usábamos la misma alpargata. ¡Imaginate vos! Él iba a la mañana, y la alpargata le quedaba grande. Él volvía de la escuela y dejaba la alpargata ahí. Yo venía y me la ponía… y pum, a la escuela al turno tarde… y así todos los días.
¿Cómo estaba tu mamá cuando fueron adultos y pudieron volver y arreglarle la casa?
Ella estaba muy contenta viste. Siempre nos decía, “esto es un sueño… esto es un sueño”. Nosotros le fuimos mejorando todas las comodidades, lo fuimos haciendo todo a pulmón. Cuando voy a visitarla lo que puedo hacer lo hago yo. Cuando viene mi hermano, que sabe de electricidad, él hace esa parte porque sabe del tema. Lo que nosotros mamamos de chicos es el sentido de solidaridad. El de tener que ayudar al otro y dar una mano vamos, ni un problema, cero de recibir nada a cambio, nada.
Desde las necesidades ¿Daba para ayudar al otro?
A nosotros el abuelo nos enseñó a sembrar la tierra. Sembrábamos de todo lo que te puedas imaginar. Yo vendía con un canastito en el barrio Sarmiento lechugas verduritas acelga, y de ahí me iba a la carnicería a comprar para la comida del mediodía, que el abuelo cocinaba. Y mi abuelo hacía trueque, cambiaba verduras por huevos y así otras cosas. Ahora, por ejemplo, con mi señora siempre juntamos ropa que nos dan acá en Buenos Aires, después llevamos y repartimos en el barrio lo que nos donan.
¿Qué le dirías a tu madre si la tuvieras enfrente hoy día de la madre?
Para mí el domingo del día de la madre es sólo simbólico. Nosotros siempre tratamos de estar juntos. Y siempre le digo a mamá: “gracias por habernos hecho hombres desde chicos y habernos enseñado los valores de vida, el respeto hacia las personas. Y en la educación que le podemos dar a nuestros hijos también”. Y le agradecemos siempre por el esfuerzo que hizo que es infinito e impagable. Le digo: “el esfuerzo que hiciste, esos callos que tenés en las manos, esas arrugas.” Ella hizo mucho esfuerzo para criarnos a nosotros y cuidar a sus viejos. Yo a veces me pongo medio tristón porque está sola viste. Aunque yo todos los días le llamo y le pregunto por sus nanas. Y los domingos al mediodía hacemos videollamadas con mi hermano, nos juntamos los tres y la pasamos muy bien un rato largo. Ella se pone muy contenta.