Antes, te invitamos a escuchar la entrevista que tuvimos con «El Peregrino» José María ingresando al siguiente enlace:
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Cuando la cabeza del hombre inicia la idea de hacer algo diferente es el momento sublime, donde el corazón comienza a latir fuerte. Y cuando se analiza explorar los motivos de esa idea que pretende dejar de ser un pensamiento, para ocupar el lugar de iniciar la empresa que va a demandar algo más que un esfuerzo físico, y va a ser algo trascendental en forma de hito que todos van a admirar, menos él, el que lo realiza. La acción de tomar el machete, empuñarlo y comenzar a abrir una picada, y marcar una huella de un emprendimiento que nadie todavía recorrió, donde solo va a llevar una mochila con los elementos que le van a permitir vivir y sobrevivir esos días de travesía valiente, y no solo deberá estar fuerte el físico, sino también el espíritu para caminar tanta distancia.
Ahí comienzan a aparecer las figuras de una hija y de una madre que necesitan del milagro de la fe , Ellas van acompañar desde un lugar, como muchos que necesitan que exista un hombre salga a caminar más de trescientos kilómetros, hasta el pie de la virgen Morena de tantos rezos y chamamés.

Los días y las noches acercan la fecha marcada de la salida. Y en el cuerpo y en el corazón del peregrino muchas sensaciones se ponen de manifiesto. Ese día tiene que tener el equipaje con el peso justo, el agua, los alimentos y la carpa que lo va resguardar donde le caiga la noche en el camino para descansar. Pero el peregrino es un hombre valeroso, consciente de que su mejor guía van a ser sus oraciones y sus plegarias, esos escudos protectores casi imbatibles que ni el dolor de los músculos y alguna que otras ampollas en los pies podrán vencer, y tampoco van hacer desaparecer la sonrisa de su rostro.
Sale bien temprano, camina, reza, reflexiona, piensa en ellos (su familia, sus amigos y sus alumnos). Se cuida, y sabe que lo cuidan todos en la oración. Y él se siente acompañado, porque sigue con la mirada firme hacia donde se esconde el sol, en esa ruta llena de camiones, colectivos y autos particulares que lo cruzan y le saludan con un bocinazo o un juego de luces. También algunos indiferentes que prefieren preguntarse:
-A donde será que se va ese loco caminante.
El “loco” sabe a dónde va, porque sabe de dónde viene, y lo que quiere. Y eso es suficiente para seguir avanzando orgullo a cada paso que da en el pasto alto de esa banquina. Él camino es largo, pero piensa para sus adentros “lo fácil lo hace cualquiera”. Y va dibujando en su cabeza los trazos del templo, con la silueta de la virgen allá arriba mientras continúa su caminata de fe.
El último día amanece lloviendo, el estado del tiempo no es el mejor, porque en la vida siempre se presentan obstáculos que son como pruebas a vencer en el camino. Tormenta, agua y frío azotan al peregrino, para que de una vez él baje la cabeza ante lo intempestivo de esa inclemencia, y aumentan los peligros de andar caminando a la vera del camino transitado por vehículos a grandes velocidades que cruzan a pocos metros de su humanidad. Pero esas dificultades ignoran que lo que más vale, es lo que no se ve, sus pies siguen chapoteando la hierba mojada rumbo a Itatí. La fe inquebrantable del Peregrino mira hacia adelante con los dolores que ya están en el cuerpo, pero no se sienten. En esa Basílica que no se ve pero que está cerca. Ahí están depositados los pedidos por las dolencias que tienen que desaparecer de los cuerpos de los seres queridos, los males cotidianos de los que necesitan estar mejor. Y el agradecimiento de los que en algún momento no la pasaron bien y rezaron mucho.
La última jornada que el Peregrino camina extasiado, es el día de los Milagros de la Virgen. Él sabe que cuando vuelva a abrazar a su gente que lo esperan en el atrio de la Basílica, ya no va a ser el mismo. Porque es consciente que se propuso el objetivo cariñoso de buscar la mejoría que necesitaban.
El milagro de ver ante sus ojos la cúpula con la silueta de la virgen allá arriba lo deja extasiado, pero no se paraliza, todo lo contrario. Sus músculos cansados potencian el movimiento de los pies, y las lágrimas que brotan de sus ojos en los últimos metros de la entrada al Pueblo, van a ser la sanación y bendición de muchos. De los que rezaron con él esas jornadas, de los que le acompañaron con un bocinazo, de los que lo salpicaron con agua y los que lo vieron desde sus automóviles solito caminando al costado de la ruta, y solo se preguntaron:
– ¿A dónde será que va…?
Él. EL PEREGRINO.
Que sabe bien de dónde viene… Sabe bien a dónde va.
